VALÈNCIA. El éxito es fruto de una suma de factores y su convergencia. Puede ser una combinación de suerte y de oportunidades, o también puede surgir de una suma de esfuerzo y dedicación. Hay quienes por tener cierto apellido lo tienen asegurado y quienes, a pesar de tener un talento deslumbrante, les costará años y años siquiera tener siquiera la mínima posibilidad de acceder a alguna élite.
Sobra decir que durante el franquismo ser mujer era, en cualquier caso, un claro indicador de que el éxito tardaría en llegar, independientemente de nombres, cargos y apellidos. Y ser mujer, independiente y artista podría suponer uno de los mayores retos del momento. Sobre este reto y las creadoras que se enfrentaban a este -tan fuertes como comúnmente olvidadas- arroja luz la investigadora Clara Solbes Borja quien se centra en la València franquista y las artistas que quedaron ocultas entre los años 1939 y el 1975 en El campo artístico valenciano durante el franquismo: una intervención feminista.
Un viaje que reflexiona sobre los problemas a los que se enfrentaron las artistas en aquel momento, los mecanismos de poder masculino en la sociedad y cómo poco a poco las mujeres fueron formando parte de las instituciones artísticas, siempre bajo un prisma feminista. Lo hace a través de una investigación que intenta hacer justicia con estas protagonistas y que viaja desde su educación artística hasta la creación colectiva, pasando por lo que significa ser mujer artista en esta época y el tejido galerístico valenciano.
Nombres como Ana Peters, Ángeles Ballester, Lola Bosshard, Aurora Valero, Isabel Oliver, Ángela García Codoñer o Eva Muso se cuelan entre decenas de mujeres referentes en el mundo de las artes que fueron obviadas en los relatos histórico-artísticos que conformaron el canon del arte valenciano. “Me planteé esta investigación tras preguntarme si, tal y como había leído sobre otros contextos, también en València habría habido mujeres activas en el sistema del arte, y cuáles habrían sido sus estrategias para encontrar grietas en unas instituciones que a priori desconfiaban de ellas y en una moral que las encorsetaba en el matrimonio y la maternidad”, explica Solbes.

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Es por ello que la investigadora pone el foco en cada pequeño detalle que tenga que ver con la obra de estas mujeres: desde su creación hasta su conservación, llegando, en los casos en los que fue posible, a su exposición en salas. Para ello se centra en cuestiones como el a la educación artística, como es el caso de las becas de la Diputació de València, las críticas de arte -a menudo contaminadas con un tono "paternalista", tal y como lo contempla Solbes- que se hacen sobre sus piezas y también hasta la conservación de sus piezas: “Hay que contemplar el relato feminista desde todos los ángulos, desde el valor que se le da a sus obras, desde la educación, desde las oportunidades que tuvieron para mostrar su obra en público…”.
Lo hace también centrándose en las problemáticas que superan y en las estrategias que encontraron para hacerse un hueco en un mundo del arte que les era hostil. Un buen ejemplo de ello es la investigaciónsobre los colectivos artísticos: en un contexto como el valenciano, en el que Equipo Crónica o el Equipo Realidad tuvieron un fuerte impacto en el devenir del arte, Solbes analiza cómo también las mujeres “buscaron formas de unir sus fuerzas y caminar juntas”.
“Durante el proceso de investigación, me encontré con mujeres que no le dan valor a su obra, algunas directamente las han acabado perdiendo o se han deshecho de ellas porque no consideraban que fueran importantes. Mientras esto ocurría, las obras de muchos de sus compañeros pasaban a formar parte de colecciones públicas y a ser conservadas por museos. Todo esto me hizo pensar que debía plantearme la investigación desde el concepto de campo, acuñado por el sociólogo Pierre Bourdieu, que va más allá de lo institucional para analizar también los márgenes y todo aquello que ha quedado fuera de las instituciones”, apunta la investigadora.
Esta declaración de intenciones queda bien clara en la introducción de esta investigación, en la que apunta que uno de los motivos de su trabajo es descubrir cómo las mujeres artistas se mantienen vinculadas a la institución desde distintos lugares: “No estaban en los libros, no estaban en el centro del relato, pero habían estado en los márgenes, en la periferia del campo”.
Más allá de las obras producidas y poniendo el foco en la educación y posibilidades de las mujeres artistas, Solbes se centra en la importancia de las becas y las ayudas para estudiar para las mujeres artistas. Prueba de ello es la comparativa que hace entre las pensiones de paisaje y las de la Diputació de València -dentro del capítulo Salir a aprender- entre las que reflexiona sobre cómo “los contextos periféricos” limitan lo que pasa en el centro del mundo cultural.
Algo que contempla desde el presente y que se ve con las referencias a las que accede la investigadora desde fuera, a vista de halcón: “Las obras de las artistas valencianas tienen mucho en común con las artistas de otros contextos, aunque no se conocían entre sí”. Esto lo ejemplifica con las artistas que tenían una obra abiertamente feminista, que estaban utilizando unos discursos muy parecidos a artistas anglosajonas y de otros países de Europa.

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Ahora bien, ¿cuál era el reconocimiento de sus obras dentro del panorama artístico? Tal y como lo contempla en su investigación Solbes era “casi nulo”, salvo algunas excepciones, como por ejemplo la artista de origen suizo Lola Bosshard, que sí que obtuvo reconocimiento institucional en su momento, pero luego ha sido obviada en la mayoría de relatos canónicos sobre la historia del arte valenciano y español. Esta situación llevó a que muchas de las mujeres artistas abandonaran la idea de seguir produciendo. Dentro del capítulo de Salir a aprender, Solbes explica esto desde el ejemplo, contemplando las becas de la Diputació de València como un “trampolín” que hace que las mujeres artistas puedan “moverse, trabajar y contar con medios para ser visibles”. El problema es que para acceder a estas tenían que pasar por un arduo camino de pruebas que les ponían en valor como mujeres y artistas.
En El campo artístico valenciano durante el franquismo: una intervención feminista se analiza, entre otros, el caso de Aurora Valero, la primera mujer que obtuvo esta beca en el 1961. Solbes bucea en su documentación y se entrevista con la artista para saber cómo pudo sortear todos los obstáculos para llegar a obtenerla: “Los candidatos se presentan con pseudónimos, lo que a las mujeres les da la ventaja frente al jurado porque no saben si la obra era de un hombre o de una mujer. Para las becas no se solía contar con mujeres porque pensaban que al casarse y tener una familia dejarían el arte”.
Aunque, por supuesto, más allá de las redes, Solbes apunta que la manera ideal de que estas mujeres artistas pudieran trabajar en condiciones radica en una condición clave: cambiar el sistema machista en el que estaban trabajando y haciendo que “prevaleciera su obra”. Con este trabajo, Solbes viaja a una València que solo hacía que ponerles trabas, aunque pone el foco en quienes gracias a su ingenio y creatividad pudieron poco a poco abrirse paso en las instituciones.

- Al centro Clara Solbes entre dos piezas que aparecen en su libro -