VALÈNCIA. Hoy vamos a echar la vista atrás, nada menos que cien años, para recordar que en 1925 se estrenaron dos films esenciales y asombrosos: La quimera del oro (The Gold Rush), tercer largometraje de Charles Chaplin, y El acorazado Potemkim (Bronenósets Potiomkin), la obra maestra de Serguéi Mijáilovich Eisenstein, que cambió la historia del cine. Filmotecas, festivales, la crítica y la cinefilia celebran su centenario y no solo se recuerda lo que fueron sino, y esto es relevante, lo que siguen siendo.
La lucha por la supervivencia y contra la deshumanización a través de la historia de un vagabundo que pasa mil penalidades para encontrar un lugar bajo el sol y conseguir alguna riqueza en las minas en plena fiebre del oro. Toda la fuerza de la resistencia y la acción colectiva frente a un poder despótico, a partir de la hazaña de una tripulación que se amotina contra la explotación y la crueldad. Una desde Hollywood y otra desde la Rusia revolucionaria ambas contienen historias y discursos valiosos, políticos y necesarios tanto antes como ahora. Y belleza, mucha belleza.

- El acorazado Potemkim
Porque más allá de lo que dicen está el cómo lo dicen, aunque no se pueden disociar: la forma sigue al fondo, el fondo sigue a la forma. Pueden no tener color ni sonido (dentro del propio film, quiero decir), pero no importa porque, al verlas, cien años después, siguen fascinando. Entendemos su importancia, por qué son mitos, tótems. Nos asombra la capacidad de sus creadores para abrir caminos y romper barreras cuando esa nueva tecnología que era el cine estaba inventándose a sí mismo y desarrollándose como medio de expresión.
En el caso de Eisenstein, que ese mismo año también estrenó La huelga (Stachka), su estética y su concepción del cine supusieron un antes y un después, un hito que transformó el medio cinematográfico para siempre. Su necesidad, compartida con los artistas de aquella Rusia de la Revolución que conmocionó al mundo, de crear un arte nuevo para un mundo nuevo, un mundo que había de ser justo, pacífico e igualitario, es impactante y emocionante. Que luego ese mundo ya no fuera tan nuevo, ni pacífico, justo o igualitario, no quita un ápice de grandeza a una obra extraordinaria. Y, por mil veces que hayamos visto la escena de las escaleras de Odessa, jamás dejará de afectarnos. No se sale indemne de ella, aunque se haya convertido casi en un meme y la encontremos copiada, homenajeada, citada o banalizada en un montón de películas o vídeos. Impresiona siempre, tanto en la violencia brutal que expone, la de un poder sin rostro matando a hombres, mujeres y niños sin compasión, como en la forma en que lo hace a través del montaje y el encuadre: siempre parece que la vemos y nos sobrecoge por primera vez.

- La quimera del oro
Y en La quimera del oro resulta que, aunque las hayamos visto muchísimas veces, volvemos a reír con sus escenas icónicas, esas que han pasado al acervo compartido de la cultura popular, como el baile de los panecillos, el vagabundo comiéndose su zapato o la cabaña oscilando al borde del precipicio. Ese es su enorme poder. Su mezcla de tragedia y humor es imbatible y irable es cómo, a través de ella, despliega una mirada solidaria y, sin duda, política sobre los más desfavorecidos. Viéndola comprendemos perfectamente por qué Charlot, ese superviviente buscavidas y pícaro que Chaplin creó en sus cortos y desarrolló en muchos títulos, se convirtió en un icono del siglo XX, válido también en el XXI. Quizá no es la película más redonda de Chaplin, y algunas no llevamos bien cierto exceso de sentimentalismo, pero siempre defenderemos la ternura. En cualquier caso, ni mi juicio ni el análisis más pormenorizado tienen la menor relevancia ante una obra que lleva cien años deslumbrando y haciendo reír y pensar a públicos viejos y nuevos.
Con motivo del centenario se ha realizado una restauración del film, que fue presentada con todos los honores en la última edición del festival de Cannes. Es una reconstrucción que intenta ofrecer la versión más fiel a la película que se vio en su estreno en junio de 1925. La supervivencia de las películas es mucho más compleja de lo que el público supone y sufren cambios a lo largo de los años. Eso afecta a todo tipo de films, también a auténticos hitos como estos. Y es que, en 1942, ante la desaparición del cine mudo y por imperativo comercial, Chaplin la reestrenó con una voz en off y una banda de sonido creada por él e introduciendo varios cambios en el montaje. En 1993, los historiadores y documentalistas Kevin Brownlow y David Gill intentaron restituir la versión original de 1925, aunque faltaban materiales que la reconstrucción que ahora se presenta ha incorporado. Esta versión presentada en Cannes es fruto del trabajo conjunto de la Fondazione Cineteca di Bologna y el laboratorio L’Immagine Ritrovata, con la ayuda de otros archivos, como el BFI de Londres, el Bundesarchiv de Berlín, la Filmoteca de Catalunya, el George Eastman Museum y el MoMA.
En el festival, durante la sesión, preguntaron cuántos espectadores no habían visto la película. Y, no sé si sorprendentemente, fueron muchos manos las que se alzaron. Me parece maravilloso y esperanzador que tantas miradas nuevas se posen sobre un film centenario proyectado en una gran pantalla, en un acto colectivo de celebración y complicidad para disfrutar del mito en todo su esplendor.
Por cierto, y por si quieren echarles un vistazo por aquello de la conmemoración y el fetichismo de los números redondos y los aniversarios, también cumplen cien años la muy espectacular Ben-Hur (Fred Niblo), el extraordinario y bello film antimilitarista El gran desfile (The Big Parade, King Vidor) y la primera versión de un clásico del terror muchas veces versionado, la fascinante El fantasma de la ópera (Rupert Julian). Enjoy!

- El acorazado Potemkim