VALÈNCIA. Junio 2025. En el último programa de La Pija y la Quinqui el presentador Juan y Medio -campechano y sin enemigos- apeló a la calidad de vida de Cádiz y Andalucía de la siguiente manera: “no hay un gaditano que cobre su pensión en Oslo, pero noruegos en Cádiz, a patadas. ¿Por qué? Porque allí te mueres del asco”. El humorista, hablando en serio, aclaró que no es nada nacionalista para acto seguido recordar que “al acabar la pandemia la gente quiso ir a Internet para buscar, en el caso de que pudiera desplazarse, dónde ir. El destino número uno del mundo fue Andalucía”. En ese momento el público -el programa se grababa desde Sevilla- rompió a aplaudir.
Aunque se trata de la enésima demostración de cómo la autoestima de nuestros territorios anida en el anhelo de quienes los visitan, el disparo de Juan y Medio tiene un significado especial por su popularidad y por el entorno comunicativo en el que lanzó su reflexión. Constata hasta qué punto se ha impregnado el mensaje troncal de que la calidad de vida nos distingue, nos hace especiales y articula nuestra manera de estar en el mundo. La calidad de vida es el diferenciador.
Noviembre 2024. El informe anual Expat City Ranking, que elabora la organización InterNations, proclama a València la mejor ciudad del mundo para vivir destacando su reinado en el apartado de ‘calidad de vida urbana’. La misma calidad de vida que le sirve a Alicante para encaramarse al tercer lugar. Una munición de primer orden para alimentar la autoestima propia y decirnos, una vez más, que como aquí no se vive en ningún lado.

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- Foto: KIKE TABERNER
Durante el ciclo 2010-2025, esencialmente desde el porrazo inmobiliario hasta aquí, la necesidad de recibir reconocimiento del prójimo se convirtió en una obsesión que ya no tenía que ver con qué proyectábamos, sino con encontrar una vía con la que argumentarnos. Los nuevos cambios en la cultura laboral -con mayor ocasión para el trabajo en remoto en sectores específicos- hizo que esa ‘calidad de vida’ se girara como un factor relevante a la hora de atraer a trabajadores pujantes de los países más competitivos. La ‘calidad de vida’ era y es un mensaje para colocar ante el prójimo, pero al mismo tiempo se emplea de manera homeopática para la nutrición propia.
El problema con el uso y abuso de ‘calidad de vida’ como disparador de nuestra satisfacción es que, en lugar de un hecho contrastable y convertible, parece un derecho divino. Por tanto, un elemento pasivo que no requiere de ninguna contribución añadida. Parecerá que no hay que ganárselo, que está allí. El sol, la alegría, la playa.
Justo en el mismo período en el que las dos principales ciudades valencianas se situaban en el top3 de mejores ciudades del mundo para vivir, los trabajadores valencianos ganaban de media doscientos euros menos que la media española, con nueve autonomías por delante de ella.
Era ese mismo periodo en el que el alquiler medio de una vivienda en València alcanzaba los 1.646 euros, por 938 cinco años antes, según la Cátedra Observatorio de la UPV, que constataba en 2024 incrementos trimestrales de hasta el 8,17%. Es fácil por tanto deducir que esa ‘calidad de vida’, de ser tan cierta, merece un poco más de defensa activa. Excepto que se trate solo de un factor para ofrecer pero no para disfrutar. Calidad de vida, sí, pero para quién.

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- Foto: KIKE TABERNER
Julio 2024. La ministra de Vivienda Isabel Rodríguez, de visita a Málaga, publicaba un mensaje en ‘X’ con reverberaciones infinitas. Decía: “Si los malagueños y malagueñas no tienen un lugar en el que vivir, ¿quién va a atender a los turistas? ¿Dónde se alojan los camareros que nos sirven un vino y un espeto? Nuestros modelos de ciudad tienen que ser compatibles con la vida”.
Tras una voluntad bienintencionada -se supone- se escondía una perversa intención: para garantizar la calidad de vida del que viene, el que está debe poder vivir. El verbo ‘servir’ es la clave. De nuevo la persistente correlación de la calidad de vida propia con el prójimo. Como si no fuera suficiente el pedigrí de los
malagueños para disfrutar de sus propios derechos de ciudad.
Juan y Medio tiene razón. En general no hay gaditanos que cobren su pensión en Oslo, pero noruegos que la cobran en Cádiz los hay “a patadas”. Pero no por las razones que él cree. No es amor, se llama dinero. En 2024 la renta bruta media por persona en la provincia de Cádiz fue de 13.476 euros. En Oslo fue de 62.000.
Quizá nos hemos insolado de calidad de vida. Hablemos mejor de cómo poder ejercerla.

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