VALÈNCIA. La compañía Taiat Dansa tiene una premisa en el proceso de creación de todas sus piezas: la dramaturgia ha de ser objeto de un trabajo exhaustivo. Incluso aunque sean conscientes y les haya frustrado en el pasado que solo un 10 por ciento de esa enjundia tras el baile sea percibido por la audiencia, les hace sentir bien haberse volcado en fundamentar sus propuestas y sienten que el resultado es la percepción de un trabajo contundente.
Este próximo 10 de mayo juegan a su favor los conocimientos previos de espectadores y espectadoras sobre los personajes sobre los que han trabajado. Meritxell Barberá e Inma García han elegido a tres de las parejas más emblemáticas del imaginario amoroso occidental para cimentar un paseo coreográfico por el Jardí Botànic.
Entrée a dos reúne los dúos Otra Carmen, Helena y París y Venus, donde la pareja creativa reinterpreta con mirada contemporánea a la heroína trágica de la novela corta de Prosper Mérimée, la fuga que dio origen a la Guerra de Troya y la diosa griega del amor y la belleza.
Cada pieza breve funciona de manera independiente, pero están conectadas temáticamente desde el cuerpo como vehículo de deseo, poder y contradicción. Este tríptico de pasiones coreografiadas se plantea como un site-specific desarrollado a medida para el Jardí Botànic de Valencia.
Las protagonistas tienen en común ser figuras femeninas poderosas, que en sus orígenes artísticos fueron objeto del relato masculino, pero aquí son reescritas desde la perspectiva de las coreógrafas valencianas.
El ciclo se enmarca en el Festival 10 Sentidos como un viaje con tres paradas en la complejidad del deseo, la conexión corporal y las historias que se han contado sobre el afecto.
Un tema recurrente y en pareja

En 2022, las creadoras ya presentaron e interpretaron en el festival que dirigen otro paso a dos que giraba en torno a la misma emoción, El amor. Ahora insisten, en sus propias palabras, porque les interesa “cómo formula el cuerpo ese sentimiento tan fuerte. Qué ocurre en el organismo, cómo fluye la sangre, qué se transforma”. Esa idea de “ebullición interna” guía la dramaturgia de cada pieza, desde la ciencia hasta el símbolo.
La elección de dúos, y no de tríos o de elencos corales, responde a una voluntad clara de intimidad. “Nos apetecía el cuerpo a cuerpo —declara Meritxell Barberá—. Si hay más bailarines, la energía se dispersa, se vuelve una pieza algo más festiva. Queríamos trabajar esa relación inmediata, casi visceral, que se da en la cercanía de dos cuerpos que se escuchan”.
La primera pieza, Otra Carmen, se interpretará a la italiana, frente a dos grandes árboles; la segunda, Helena y París, en un espacio circular, con una visión de 360 grados, junto al pozo; y la última, de nuevo a la italiana, sobre un escenario, con el jardín como pared vegetal de fondo.
El recorrido será guiado por un grupo de alumnas del último curso del Conservatorio de Danza de Ribarroja, que en el papel de ninfas del amor, darán la bienvenida, presentarán el primer trabajo e irán acompañando a cada uno de los rincones escogidos para la representación a ritmo de Lamento Della Ninfa, de Claudio Monteverdi, interpretado por la soprano Mireia Poveda Bort y la viola Teresa Roldán Cervera.
Cuerpos históricos, lecturas nuevas
Cada pieza parte de una figura clásica para desmontar y reconstruir su relato desde dentro. En Otra Carmen, Lara Misó interpreta a una cigarrera de Triana que no es seductora ni víctima, sino protagonista de su deseo y de su libertad.
El dúo, completado por Pau Barreda, rehúye el vínculo sexual y se sitúa en una zona de ambigüedad donde el amor se entiende también como amistad, cuidado y autonomía. “Lo importante era que Carmen estuviera en condiciones de igualdad, incluso por encima de su pareja”, explican. La pieza propone un cuerpo que no solo reacciona, sino que genera su propia dramaturgia emocional. Un paso a dos donde la verdadera historia es la que ella se cuenta a sí misma y donde no se concreta si su cómplice de baile es don José o el torero Lucas.

“Me apasiona la historia, pero me entristece -reconoce Barberá-. Esta coreografía fue una manera de liberarla, de expresar mi deseo de que no fuera castigada. Así que la verdadera protagonista de este paso a dos es ella, que ejerce como el auténtico resorte de lo que le ocurre y representa una provocación romántica, erótica y sentimental”.
En Helena y París, el mito troyano se convierte en una reflexión sobre la libertad femenina. Jessica Castellón y Boris Orihuela, provenientes del mundo de la danza urbana, dan cuerpo a una reina de Esparta que no huye por amor, sino por necesidad de independencia.
“Helena es una de las primeras mujeres históricas rebeldes, pero autolimitada para dar rienda suelta a lo que sentía. De ahí que en nuestra propuesta conceptual hayamos querido representar esa audacia con una cualidad que se revelara de manera distinta. Para darle frescura y romper moldes hemos tomado las claves y cualidades de los códigos urbanos y las hemos adaptado a nuestro vocabulario coreográfico”, desarrolla Meritxell.
Su disidencia se plasma en un lenguaje escénico que combina popping, clapping, clutching y técnicas de improvisación. La pieza rompe moldes no solo en la historia que narra, sino en la forma en que la narra: desde códigos callejeros que han sido históricamente ajenos a los espacios institucionales de la danza contemporánea. Aquí, el amor es también una conquista coreográfica.
Por último, en Venus, la figura de la diosa del amor según Botticelli se convierte en una alegoría del cambio físico y emocional que trae la primavera. El dúo, protagonizado por Julia Cambra y Wilma Puentes, explora la sensualidad del ciclo corporal y la relación del ser humano con el entorno natural. No es una deidad pasiva, sino una presencia activa que cuida, se cuida y ama desde la escucha mutua. La coreografía habla de fluidos, de alergias, de piel que erupciona y del amor como transformación fisiológica y política.
El desgaste del amor
El conjunto del tríptico no busca narrar historias cerradas, sino abrir preguntas. ¿Cómo se representa el deseo en el siglo XXI? ¿De qué manera podemos reescribir los grandes relatos del arte sin renunciar a su potencia simbólica? ¿Qué lugar ocupa la danza en esa revisión crítica? Taiat Dansa se mueve en ese territorio híbrido entre lo visual y lo físico, entre la cita histórica y la intuición escénica.
Como contrapunto contemporáneo, el festival ha programado por la tarde, en el Jardín de las Hespérides una pieza que puede considerarse el reverso del amor, All That Pushes. En este propuesta del coreógrafo Matteo Sacco, la temática amorosa se cruza con la crítica al hípero digital y el desgaste emocional que este produce.
Mientras Entrée a dos celebra la fisicidad del vínculo, Sacco propone una mirada más sombría: la conexión permanente que, lejos de unir, agota. Es un complemento a la poética del deseo: si en el amor hay belleza, también hay agotamiento.
