VALÈNCIA. El PSOE vive en un estado de 'shock'. La formación socialista sufría este jueves un varapalo con el informe de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil que implicaba al actual secretario de Organización (número tres) del partido, Santos Cerdán, en la presunta trama de mordidas del denominado caso Koldo. La reacción del secretario general y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, de forzar su dimisión y su abandono del acta en el Congreso, además de su comparecencia para pedir perdón, no ahuyentaba los fantasmas de una profunda crisis en el partido del puño y la rosa que apunta al cambio de ciclo.
Echando la vista atrás, la trayectoria interna de Sánchez se escribe con una primera victoria congresual en 2014 frente a Eduardo Madina -que ahora apoya Felipe González-. Un triunfo respaldado por el aparato del partido, con federaciones como el PSPV de Ximo Puig en la operación. Sin embargo, apenas dos años después, Sánchez ya se había rebelado contra los poderes internos y la estrategia de aceptar una abstención en el Congreso para permitir la gobernabilidad en España con el popular Mariano Rajoy al frente.
Sánchez fue obligado a dimitir como líder del PSOE en 2016 mediante una operación inédita en la formación socialista fruto de la maniobra estatutaria de la dimisión de más de la mitad de la ejecutiva en la que participaron los socialistas valencianos de la mano de Ximo Puig. Sin embargo, el dirigente madrileño no estaba dispuesto a dejarse arrinconar ante esta lógica orgánica de sus 'padres' políticos y capitaneó su propia revuelta acaparando 'el sentir de la militancia'.
Un mensaje que se convirtió en religión para una especie de cajón de sastre de afiliados convencidos y dirigentes en muchos casos descartados o apartados que, tras una dura batalla, llevaron a Sánchez a lograr la superioridad en las urnas frente a la candidata del aparato, la andaluza Susana Díaz, y el vasco Patxi López.
En esta campaña, en la Comunitat Valenciana destacó el apoyo a Sánchez de José Luis Ábalos. El entonces presidente de la Generalitat, Ximo Puig, vio cómo su apuesta -no realizada públicamente pero sí a través de su equipo- por Susana Díaz era derrotada de forma amplia por el empuje del denominado 'sanchismo'. Es más, con este impulso, a renglón seguido se buscó en el proceso autonómico inmediato derrocar a Puig del liderazgo del PSPV mediante la candidatura del alcalde de Burjassot, Rafa García, respaldado por el denominado 'abalismo'.

- Susana Díaz, Sánchez y Patxi López, tras las primarias de 2016. Foto: EP
Un intento que no fructificó pero que puso en evidencia la fractura orgánica interna, al lograr el candidato afín a Sánchez un 42% de los votos frente al jefe del Consell. La paradoja era evidente: el presidente de la Generalitat se veía acosado por casi la mitad de un partido empujado por el entonces secretario de Organización, José Luis Ábalos, mano derecha de Sánchez. "Aunaban a mucha gente que casi siempre habían ido a la contra internamente", comenta un dirigente próximo a Puig de esa época.
Las relaciones entre Sánchez y Puig se recondujeron posteriormente y, más aún, el presidente de la Generalitat, se convirtió en uno de los principales aliados del jefe del Gobierno, especialmente en lo que se refiere a sus propuestas de descentralización del Estado. No obstante, en el alma del PSPV -especialmente los veteranos- siempre se ha mostrado escepticismo e incluso crítica abierta respecto la filosofía del máximo inquilino de La Moncloa. Especialmente tras las modificaciones estatutarias impulsadas en el congreso federal celebrado en octubre de 2021 en Valencia, que reforzaban el hiperliderazgo vigente de Sánchez en el PSOE.
Llegados a este punto, no son pocos los que, internamente, han venido mostrando su preocupación por el sistema de fidelidades y premios dentro del denominado 'sanchismo'. Una estructura que eliminaba o arrinconaba a los críticos y recibía con los brazos abiertos a los que aplaudieran con vigor las iniciativas presidenciales, fueran o no próximas al ideario puramente socialista y, más concretamente, respecto a las particularidades del PSPV.
En este sentido, desde tiempo atrás se ha considerado una estrategia habitual desde la Moncloa el evitar el crecimiento de liderazgos alternativos a Sánchez. Una hoja de ruta que, a día de hoy, deja al PSOE huérfano de alternativas al líder en el caso de que, como muchos piensan, se deba replantear otro candidato para las elecciones generales que, teóricamente, tendrán que celebrarse en 2027.
Sobre este particular, los nombres propios que algunos mencionan tienen sus propios problemas o hándicaps: la vicesecretaria del PSOE y vicepresidenta del Gobierno, María Jesús Montero, además de ser mano derecha de Sánchez, fue recientemente designada líder del partido en Andalucía de cara a las elecciones autonómicas del año que viene. El carismático ministro Óscar Puente es muy próximo al presidente pero, precisamente en relación a su departamento, han surgido los problemas que salpican ahora al PSOE. Siguiendo con los más próximos al presidente, la portavoz del Ejecutivo, Pilar Alegría, parece destinada a su misión en Aragón y probablemente todavía no goza de suficiente conocimiento; y el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, no apunta de ser lo suficientemente popular en el PSOE, algo que también le ocurre al canario Ángel Víctor Torres, ministro de Política Territorial.
Fuera del ejecutivo, el crítico Emiliano García-Page, presidente de Castilla-La Mancha, no obtendría el quorum del partido; el catalán Salvador Illa parece demasiado valioso en el territorio que tanto ha costado reconquistar a los socialistas; y, por citar otros referentes, el expresidente valenciano Ximo Puig, en otro momento una opción válida, se encuentra alejado de la primera línea, según opinan distintas fuentes del PSOE consultadas por este diario.
Así pues, la encrucijada en el partido del puño y la rosa no es menor. La situación crítica de los dos últimos secretarios de Organización -al frente de la formación socialista los últimos ocho años- pone en el centro del debate la continuidad de Sánchez como presidente y como futuro candidato, lo que sitúa a esta fuerza política frente al espejo de cara a los próximos compromisos con las urnas sin que parezca existir un plan B dentro de la arquitectura creada para el -denominado por algunos- "mago de la resistencia".