Opinión

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... y que se estrene en Nueva York, Madrid y Londres

Publicado: 10/06/2025 ·06:00
Actualizado: 10/06/2025 · 06:00
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He tomado una decisión. Mañana empiezo a escribir mi primer libreto de ópera: una adaptación de Doraemon. Nadie escribe ópera hoy en día. Al menos, nadie lo hace como en otros tiempos. Hemos de tomar una posición, o bien modernizamos la puesta en escena o bien actualizamos el repertorio con historias contemporáneas. Doraemon es puro canon operístico, es moderno y clásico, y es profético y salvaje, y habla del destino, la comunidad y la redención. En la historia original de Fujiko Fuijo, el protagonista -Nobita Nobi- se debate entre el ser y el deber ser, y el personaje de Sewashi Nobi le convence de que actúe y que confíe en Doraemon si desea evitar una tragedia. Una vez lograda su misión, Sewashi marcha y, a partir de entonces, Doraemon se preocupa de que nada se interponga entre Nobita y un futuro próspero y feliz.

Doraemon se estrenó como tira cómica en 1969 tras una revuelta estudiantil en Tokio que llegó a durar tres años. Doraemon y Nobita fueron un producto de su tiempo y por eso funcionó: mesianismo rupturista, moralina, futurismo y la mezcla infalible de psicodelia y religión. Doraemon fue para Japón el Vishnu de Berkeley, el Sartre de la Sorbona. igual que Sewashi fue el beat de California o el Cohn-Bendit de París. En Japón la población se debatía entre la tradición y lo moderno, entre el concepto Meiji y la pérdida de identidad. Lo mismo sucedía en los Estados Unidos una vez abandonada la inocencia y se rasgara en dos el velo del sueño americano. Igualmente, en Francia el estudiante ansiaba el fin de unas élites que todavía se aferraban a la gloria de una grandeur extinta.

Todo movimiento que pretende aunar al pueblo en torno a sí se sustenta en una base de profundo descontento provocado por factores como guerras, corrupción, nepotismo y dictadura, por motivos económicos, sociales y religiosos, o por hechos como hartazgo expectativas o rechazo a la comunidad. Todo movimiento que pretende aunar a una sociedad requiere su profeta (Noam Chomsky, Cohn-Bendit o Voltaire) y también su deidad (bramánica, marxista o enciclopédica). Todo movimiento que pretende provocar un cambio reúne algunos elementos similares, circunstancias semejantes o factores coincidentes aún de manera tangencial, pero sólo hay un elemento que es común a todos ellos: el elemento mesiánico formal.

El conjunto de factores, hechos y motivos anteriores se repite igualmente hoy en día y se produce incluso con mayor intensidad. Se presenta tan desnudo y tan salvaje, y tan abruptamente sucio y real y vehemente, que resulta sorprendente que no se produzcan, reproduzcan o que -al menos- surjan movimientos que pretendan revertir un orden no ordenado -u ordenado para algunos-. Día a día se suceden guerras, corruptelas, dictaduras, carestía, intolerancia y desengaños. Sin embargo, siempre falta el profeta y la deidad, y ante la ausencia de lo mesiánico, el movimiento -llámenlo revuelta o lo que quieran- no prospera jamás.

Desde que acabó la Historia -según Fukuyama en 1989- sólo han cosechado éxitos aquellos hitos contestatarios acaecidos en sociedades con un importante sustrato religioso. La laicización -no sólo religiosa sino antropomórfica- ha reducido la influencia de movimientos gnósticos o agnósticos, y ha desplazado el objeto religioso o liderazgo mesiánico del ser humano al concepto y a la idea. Hoy en día el fenómeno religioso de mayor calado seria antes la obsesión por los productos bio y las rutinas healthy que cualquier otra manifestación religiosa, ideológica o sentimental. La laicización -en su sentido maximalista- no sólo nos priva del "profeta" y la "deidad" sino que genera una aversión a todo aquello que destila tintes religiosos, ideológicos o sentimentales provocando una polarización que impide que se desarrolle, prospere y consolide cualquier otra alternativa.

Doraemon cosechó un éxito fulgurante en numerosos países de Asia donde fue prohibido de inmediato por pro-japonés o revolucionario. Doraemon es lo suficientemente atrevido, audaz y mesiánico para triunfar, así como agnóstico y laico para no despertar ninguna herida o susceptibilidad. Doraemon -o, mejor dicho, Nobita- es un héroe operístico moderno. Un tipo que oscila entre la incredulidad, la búsqueda y la renuncia a su destino, que transita entre lo posible y lo imposible, entre el tormento y una realidad más luminosa. Sewashi y Doraemon son dos líderes involuntarios, referentes despojados de ideología, religión y sentimiento. He ahí su idoneidad como canales posmodernos de protesta. 

Sólo albergo una duda y es profunda. No sé cómo alentar el movimiento a través del libreto. O Nobita se convierte en el prefecto de alguna pedanía tokiota y ejerce el poder de forma magnánima y piadosa, o se enamora y ite que -en el fondo- sólo hay una fuerza superior que nos consigue redimir a todos. Es decir, o Rousseau o Erich Fromm. Voy a madurar la idea con un trago de Negroni, que es el arma del rebelde de trinchera virtual.

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