VALÈNCIA. Barcelona es una ciudad única, pero también un poco cara. Visitar la Sagrada Familia te puede costar hasta cuarenta euros y, en según qué bares, una copa como un pisco sour puede salirte por unos nueve. Con estos precios no hace falta ni mencionar cómo están los alquileres, ni lo que cuesta mantenerse en una ciudad en la que los extranjeros parecen la prioridad absoluta. Barcelona también es el hogar de Anabel, una joven de 18 años que vive junto a su madre Delia, una taxista chilena emigrada al barrio de Collblanc. Ambas son las protagonistas de Los Tortuga, la nueva película de Belén Funes, quien junto a su co-guionista Marçal Cebrián se centra dentro del film en comprender cómo ambas asumen el duelo de la muerte de Julián, el padre de Anabel.
Delia se refugia en su taxi y en el trabajo para evitar pensarlo, mientras Anabel -a quien su madre llama cariñosamente “fideo”- aprovecha para encararse con el duelo cada vez que visitan a la familia de su padre en la serranía de Jaén. Para más inri Delia está a punto de recibir una carta del banco que le anuncia a ella y a todos los de su finca que su vivienda ha sido vendida a un fondo buitre. Construyéndoles un hogar dentro del celuloide y con mucho cariño y escucha, Funes crea un relato en el que madre e hija se encuentran en los lugares más insospechados mientras critica que la pena parece un privilegio reservado tan solo para las clases altas.
Esta película -que se ha alzado con los premios a Mejor Dirección. Mejor Guion y Premios Especial del Jurado del Festival de Málaga- es su segundo largometraje tras La hija de un ladrón y le llega en un momento en el que se siente con ganas de hacer un cine “crítico y sensible”. Un cine que llegará a las salas valencianas el próximo lunes 9 de junio con un coloquio entre la directora y Las Entendidas dentro del programa de Cine Club Lys. Antes de llegar a València la directora conversa con Culturplaza sobre los entresijos de Los Tortuga, sobre las relaciones entre madres e hijas y sobre el enamoramiento dentro del séptimo arte.

- Los Tortuga
-La película aborda todo tipo de temas: desde las relaciones materno-filiales, hasta la migración, pasando por el problema de la vivienda y la muerte… ¿Cuál dirías que es el tema central de la película?
-Diría que el duelo es el tema central de la película porque es lo que canaliza y estructura las emociones. Queríamos hacer una película sobre lo que significa despedirte de alguien y lo difícil que es, pero conforme íbamos avanzando nos dimos cuenta de que Anabel y Delia atraviesan el duelo de una manera muy diferente por sus circunstancias vitales.
-¿De qué depende su forma de vivir el duelo?
-Creo que las circunstancias de los personajes dependen totalmente de la clase social a la que pertenecen. Haciendo la película nos preguntamos si algo tan íntimo como el duelo puede estar atravesado por algo político como es la clase social y como esta es determinante en cómo se vive. Si esta película la pones en la zona alta de Barcelona se vería de una forma muy distinta.
-Delia, por ejemplo, huye de la pena refugiándose en su taxi que estando en su casa con sus pensamientos.
-Como hace mucha gente que nos rodea que se refugia en el trabajo para evadir los momentos malos. Su excusa es que no le da tiempo a ir a casa a dormir, pero prefiere encerrarse en el taxi a dormir que quedarse con su hija. Esto tiene mucho que ver con la abrasividad que tiene el sistema capitalista con nosotros, que ha convertido la tristeza y la depresión en un privilegio.
-¿Cómo nos vende el sistema capitalista el duelo?
-Nos convence de que los procesos de duelo se tienen que desarrollar en la más absoluta intimidad, algo en lo que tampoco estoy de acuerdo. Para mí la vivencia del duelo tiene que estar en la cotidianidad y quienes lo enfrentan tiene que encerrarse en este voluntariamente.
-Sin embargo, ese duelo sí que se vive por parte de la familia de Julián, la que vive en Jaén, donde Anabel puede formar parte de los ritos que hacen para despedirse de su padre
-Esto viene dado porque parte de mi familia es de Jaén y veo en ellos esa parte de ritual. En la ciudad no hay tanto espacio para encontrarse con el duelo, pero en el pueblo generan espacio y tradiciones para poder generar ese espacio más sanador. En el pueblo Delia y Anabel tienen más capacidad de expresión, pero en la ciudad Delia se empeña en encerrarse en la casa y bajar la persiana durante todo el día.
-Esa oscuridad eterna que evoca a un estado más bien depresivo…
-Es un espacio muy hostil. Con Marçal hablábamos de la importancia de retratar a las clases obreras y trabajadoras que atraviesan una depresión. Parece que la narrativa del cine solo ha colocado los problemas emocionales en esos momentos de crisis personal o cuestionamiento de una misma que pertenece a las clases privilegiadas, como si las clases oprimidas no pasarán por esos procesos. La gente de clase obrera tiene que sentirse con licencia a estar triste. Ir a terapia se siente casi como ir a un tratamiento de lujo que solo las personas con dinero se pueden permitir.
-En una entrevista con Culturplaza sobre El hijo del ladrón Marçal Marçal y tú comentábais que os interesaba conectaros con la historia de Sara como protagonista, algo que para mi también pasa con el caso de Anabel como foco de historia en Los Tortuga, ¿a qué se debe?
-Creo que Anabel representa esa tensión generacional y esa parte de la historia que se está escribiendo de cero. Para mí las nuevas generaciones son mucho más inteligentes que la nuestra, que está más centrada en la rabia, el rencor y el medio. Siento que la película es una declaración de intenciones sobre cómo Anabel propone y traza un camino nuevo en el que hay un espacio que evoca más a la emocionalidad.

- Los Tortuga
-¿Qué aprendes de la relación entre madre e hija con Los Tortuga?
-Aprendo a liberarlas del juicio y a comprender sus conexiones. Las madres parece que están obligadas a hacer el trabajo de comprender a sus hijas, pero a las hijas también nos toca hacer el trabajo de comprenderlas y hacer el camino de vuelta hacia ellas. Con esta película he intentado mirar de manera diferente e intentar entenderla.
-La película pone el foco en el problema de la vivienda en Barcelona, y de hecho agradeces al Sindicat de Llogateres de Catalunya su implicación en el film, ¿cómo trabajáis con ellos para entender la problemática de los fondos buitre que se refleja en la película?
-Nos reunimos con ellos todos los viernes por la tarde para escuchar y aprender sobre esta violencia habitacional en la que estamos todos sumergidos que es muy transversal a nivel social. No solo pertenece a esas clases extremadamente oprimidas que tú te imaginas, sino que de repente tu vecina está también en este proceso de violencia. Descubrimos que hay una imagen muy impactante que es la llegada de una carta o un burofax en el que te anuncian que te echan del edificio y que te cambia la vida.
-Una carta que cuando llega “fideo” bromea diciendo que es una multa para su madre.
-Ojalá fuera una multa. Con esa imagen queremos contar esa parte de la historia de una forma natural y que huya del sentido propagandista, queremos que el espectador encuentre la manera para resolver el conflicto en la película por lo que lo hacemos con escenas cotidianas del día a día. Hacemos un ejercicio de cortarnos para no enseñar de más en estas partes.
-En la parte final de la película Dalia por fin se cede al duelo a través de un juego muy infantil en el que “ve a su Julián” en un muñeco de sus sobrinas, y ahí se atreve a verbalizar que “se le ha muerto”.
-Es una secuencia en la que tenía mucho miedo de que saliera bien o no. Nos la jugábamos a un clímax en el que la protagonista cuenta lo que ya sabíamos todos. El espectador ha visto que se murió Julián, también lo sabe su familia y lo saben hasta sus sobrinas No da tanta información la que se da, pero es el jaque lo que importa. Dalia se pasa toda la película huyendo de la vida misma aunque hagas lo que hagas siempre te encuentra.
-En tu discurso de agradecimiento en el Festival de Málaga aprovechas para felicitarte a ti misma, agradecérselo a tu equipo y tus amigas por confiar en ti. Los Tortuga llega seis años después de tu ópera prima y quería preguntarte por cómo ves tu crecimiento como directora y creadora y qué suponen para ti este tipo de reconocimientos.
-Quiero disociar los premios de lo que pasa en mi vida porque para mí son espacios diferentes. Ha sido muy difícil hacer esta segura película porque he estado muy insegura con mis propias posibilidades, de hecho odié la película mientras la montaba, tuve un proceso de enamoramiento total.
-¿Cómo volviste a enamorarte de nuevo?
-Gracias a Sergio, el montador que me hizo verla con otros ojos. Gracias también a Marçal que es el guionista y a Alba, mi productora. Aunque fue un proceso muy duro y a día de hoy tengo muchas dudas de mis posibilidades como cineasta. Estoy trabajando un espacio en el que sentirme más segura de mí misma y en el que trabajar desde la calma y no desde la ansiedad o el miedo.
Desde la calma y el cariño -y reenamorándose del cine en el montaje- Funes construye y dibuja una Barcelona en la que por fin cabe el duelo, donde el taxi se vuelve a convertir en un espacio para llevar a los extranjeros hacia la Sagrada Familia y a beberse unas copas desorbitadamente caras. Una ciudad donde los locales entienden que es mejor tomarse unas tostadas con un buen aceite y un café hecho con mucho amor mientras se busca en el deslunado del edificio un calcetín blanco que ha emigrado del tendedero dejándose llevar por el viento. La ciudad vuelve a ser el escenario para que madre e hija que pueden abrazarse y sentirse seguras mientras su "Julián" les mira con orgullo desde el cielo.

- Los Tortuga