Entrevista

Libros y cómic

Rafael Reig: “Todo el mundo quería a Almudena Grandes porque ella quería a todo el mundo”

  • Almudena Grandes, en una foto de archivo.
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VALÈNCIA. Rafael Reig insiste en que no fue íntimo amigo de Almudena Grandes, pero sí compartió con ella cafés, compromisos políticos y conversaciones cruzadas en patios de colegio. Por eso cree tener la distancia perfecta para escribir un libro que no es una biografía, pero sí un gesto de comprensión. Lo que sé de Almudena recoge recuerdos desordenados —como quien abre un cajón de fotos sueltas— para construir una memoria lo bastante cerca como para quererla y lo bastante lejos como para mirar su obra de frente. Entre el afecto y la lucidez, Reig revisa la figura pública de Grandes y recuerda el valor que su literatura —a menudo "regateado"— ha tenido en la historia reciente de nuestras letras.

— Leía en las redes sociales de persona que ha leído tu libro que no era lector de Almudena Grandes, pero sí tuyo. Y que le gustaría que los lectores de Almudena se acercaran a este libro y, a partir de ahí, también a los tuyos. ¿Qué crees que pensarán los lectores de Almudena Grandes de este libro tuyo?

— Espero que lo que encuentren sea una comprensión. Soy un escritor distinto a Almudena, o no tanto, pero desde luego con otro enfoque, con otro público. Espero que vean una lectura profunda de sus libros y un aprecio real por su obra. Y, sobre todo, un cariño muy sentido hacia la persona que fue. 

Creo que este libro puede reconfortarlas. Se van a sentir muy respaldadas por alguien más del mundo literario. Porque Almudena no ha recibido el trato que merecía, ha recibido el que no merecía —premios, fama, sí, pero no ese aprecio leal y comprensivo hacia lo que estaba haciendo, hacia su verdadero proyecto.

— El libro empieza con un aquelarre de escritores en una boda, y hay una idea que luego se repetirá: de entre todo el mundo, siempre destaca la presencia de Almudena. ¿Por qué pasaba?

— Almudena tenía carisma. Era una mujer muy atractiva, muy alta y muy corpulenta. Tenía una voz que todos conocemos, de fumadora empedernida, que se proyectaba estupendamente, y opiniones muy contundentes. Dominaba cualquier sitio donde estuviera. Todos estábamos pendientes. Aunque alguien no supiera quién era, llamaba la atención. Eso es tener carisma: hay gente que lo tiene y no necesita decir nada. Entra en un sitio y todo el mundo se fija. A veces, de hecho, el que no dice nada es el que todo el mundo quiere escuchar, porque todavía no ha dicho nada. Almudena, sin embargo, siempre tenía algo interesante que decir. Y fascinaba. 

A Almudena la quería todo el mundo porque ella quería a todo el mundo. Tenía un interés real en los demás, y eso se nota. No se puede fingir, no sirve para ganar unas elecciones. O lo tienes o no lo tienes. Y si lo tienes, se nota: estás escuchando con atención, con interés, y no te parece una tontería lo que te están diciendo. Eso, creo yo, la hacía muy popular.

— Muchas veces pensamos que los escritores se relacionan siempre en bares, en tertulias, hablando todo el rato sobre libros. Pero tú cuentas en un momento del libro que no hablábais mucho de literatura, que no era vuestra conversación principal.

— No, la literatura era importante en nuestras vidas, pero no en nuestras conversaciones. Yo no me metía en lo que ella leía para sus temas, y ella no se metía en lo mío. Ni yo le contaba lo que estaba escribiendo, ni ella me lo contaba a mí. Y luego teníamos muchos intereses políticos comunes: si hiciéramos un Frente Popular como Dios manda, estaríamos los dos.

  • Rafael Reig, en una foto de archivo. -

— También dices que hablábais de política, pero no de actualidad…

— Claro. La política es la política, y la actualidad es otra cosa. La actualidad no nos interesaba demasiado. Yo había trabajado mucho en prensa, y ella colaboraba. Luis [García Montero] sí tenía una actividad política notable, y yo no tanto, pero era militante e interesado en la política. Eso sí: no le gustaba el ejercicio político entendido como el juego de a quién se le echa la culpa de qué, ni quién se pelea con quién. Eso no le interesaba, y a mí tampoco, porque todo eso oculta los problemas reales.

— ¿Por qué era importante construir este libro solo a partir de anécdotas?

— Porque quería que fuera un libro que se pudiera leer. No he dejado de decir lo que quería sobre teoría literaria, sobre mi lectura de Almudena y sobre mi relación con ella, pero no quería escribir una biografía. No sé nada de su vida.

— En el libro dices que no eras amigo de Luis y de Almudena. Pero después de leerlo, no me acabo de creer del todo esa afirmación. Habiendo vivido lo que cuentas, ¿de verdad no crees que eso sea una amistad?

— Sí tiene que ver con la amistad, pero no con lo que la gente suele entender por “amigos íntimos”. Yo no formaba parte de su círculo íntimo. Éramos amigos, nos queríamos mucho, pero en otros modos, con otra frecuencia y en otra longitud de onda. A veces un amigo es alguien a quien quieres de una forma casi legionaria: “con los amigos, con razón o sin ella”. No discutíamos mucho, pero importaba quién tenía razón. Y no era como los amigos del colegio, o los que vienen de la cárcel, no. Era otra cosa. 

Y creo que esa distancia es una ventaja: los amigos íntimos están un poco bloqueados, ¿qué van a contar? Yo no. Yo podía contar las cosas no desde fuera, porque no era un extraño, pero sí desde una distancia justa: ni tan dentro como para perder la perspectiva, ni tan fuera como para no conocer.

Pensé que yo lo tenía que hacer, y que debía hacerlo de una forma legible. Creo que la textura de la vida no está hecha de grandes momentos, sino de los pequeños. El amor no es un rayo que te fulmina, sino muchos días. Esos muchos días son más importantes que el día que te enamoraste porque sí. A mí eso de Cupido me parece una bobada.

Y luego, técnicamente, odio las biografías y memorias que leo —aunque las leo sin parar—. Hasta que no se hacen pajas, no me interesa nada, la parte de los abuelitos y la casa de campo no me interesa nada. ¿Qué pueden contar de ellos mismos? Poco.

Y ya por último, leer la biografía de alguien cuya vida ya más o menos conoces puede ser muy irritante: ya sabes lo que va a venir, aunque no sepas todos los detalles. Por eso quise hacerlo con viñetas contrapuestas, no cronológicas. Que vayan y vuelvan, como recuerda uno la vida de un amigo. Cuando se muere un amigo, empiezas a contar cosas al hilo de lo que va saliendo, y una te lleva a otra. Eso es lo que he querido imitar en la forma de contar.

Porque con los amigos no vale todo. Es verdad que yo soy pedante y hablo de una forma muy correcta, pero eso no quita que tenga claro que lo importante está en los detalles, en lo que se enlaza sin forzar.

— Precisamente te iba a preguntar por el orden. ¿Lo escribiste cronológicamente y luego lo desordenaste por esta idea de no seguir un hilo, o el libro surge de sentarte frente al papel y pensar sin un orden establecido?

— El libro está pensado como un álbum de fotos, o más bien como un cajón donde hay fotos sueltas. Van saliendo en el orden que quieren, te llevan de un lado a otro. Esa imagen del álbum la tenía desde hace tiempo, ya la había usado en una novela. Y como con la edad tiendo a repetirme, pensé: esto lo tengo que cambiar. Pero sigue habiendo rastros de esa idea de las fotografías, porque me parece que funciona.

Es un recuerdo estocástico, azaroso, de una vida. Lo decía Walter Benjamin: la vida es complicada porque un tipo que muere a los 21 años, visto en retrospectiva, será siempre un tipo que murió a los 21 años. O, dicho de forma más sencilla, como decía Sartre: el pequeño Johann Sebastian Bach seguramente hacía muchas tonterías de niño. Entre ellas, un día cogió un piano y tocó; pero también cogería una viola, un arma de fuego, o una escoba como cualquier niño. Lo que pasa es que cuando cuentas la infancia de Johann Sebastian Bach, ya es “la infancia de Johann Sebastian Bach”, y por definición parece que estaba fascinado por cualquier instrumento musical que encontraba en casa. ¿Por qué? Porque la vida se pasa a limpio. Se corrige. Y nuestros recuerdos son, en el fondo, falsos.

Por eso creo que da más sensación de realidad que no haya un hilo cronológico. Porque al fin y al cabo, ese hilo es un argumento, y la vida real no tiene argumento. Luego nos esforzamos por darle sentido, claro. La inteligencia, como suelo decir, no nos sirve para no cometer errores, pero es utilísima para justificar los que vamos cometiendo.

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— También hablas, aunque poco, de los libros de Almudena. Empiezas por Las edades de Lulú. Hay gente que la considera solo una puerta de entrada al sistema literario, pero tú ves en esa novela mucho de lo que vendría después en su escritura. ¿Cómo percibías a la Almudena anterior al reconocimiento de la crítica?

— En ese momento era un pibón. Y un pibón que escribía una novela erótica... El libro cuenta una incesto, escenas de sexo sexo anal… Pero a mí lo que me fascinó, como cuento ahí, fue el lenguaje. Había algo que ya estaba pasando en el cine: un nuevo costumbrismo cinematográfico en el que la gente hablaba normal y tenía vidas normales. Y eso me pareció formidable, porque exige un lenguaje adecuado.

Pensar que los personajes van a hablar como habla la gente es un error, una idiotez. Todo lenguaje coloquial es inventado. Es una gran creación lingüística. El lenguaje coloquial de Almudena era importante, y estaba muy trabajado. A mí me pareció que tenía más cultura de la que quería que se supiera. Y eso venía directamente del Lazarillo, y, por supuesto, de Cervantes.

— Ella insiste en que su gran referencia era Max Aub, y tú insistes en Galdós.

— Max Aub estaba muy lejos de España y no tenía perspectiva real sobre la guerra. Era uno de los que la perdió, claro, y los campos de concentración que escribe son una maravilla literaria. Pero lo más cercano que hizo a una novela coloquial fue La calle de Valverde, que es una novela muy obrerista, muy comprometida, casi de literatura socialista soviética. Lo que pasa es que los obreros de Aub hablan un español inverosímil, muy literario. Almudena, en cambio, escribía muy a la pata la llana, como Cervantes. Es muy difícil pillarle una metáfora.

El lenguaje fue una herramienta que Almudena pulió muy bien. Porque se adelantó mucho a lo que luego los editores llamarían chick lit, la literatura de chicas. Chicas que hablan entre ellas, como en Bridget Jones. Y Lulú también tenía un lado siniestro, incómodo. Por eso me pareció interesantísimo. Y yo dije: “Esta tiene un plan a largo plazo”. Y tenía razón.

— Hablar de Almudena Grandes implica hablar de Luis García Montero. Incluso los que no los conocíamos de cerca creemos saber casi todos los entresijos de su historia. ¿Tenían este aura?

— Lo que yo vi, sí, era incluso mejor. Verlos juntos me hizo sentirme un poco avergonzado de cómo trataba yo a mi mujer. Me llevé la impresión de que ellos eran capaces de convertir la vida diaria de una pareja común —más allá de que fueran poetas— en algo extraordinario. En el patio del cole, con los niños, éramos todos iguales. Pero todo, incluso lo más rutinario, lo convertían en una aventura.

Y nunca les vi regañar, por nada. Jamás. Almudena tenía esa característica: nunca la vi hacer nada de mala gana, ni quejarse. O podía entusiasmarse con algo, o no lo hacía. Pero si no podía hacerlo con entusiasmo, prefería no hacerlo, como Bartleby. Porque ella quería vivir con entusiasmo. Y eso, para mí, fue una lección de vida muy importante.

—¿Cómo se ha transformado la memoria que tú ya tenías de Almudena después de escribir este libro?

— Yo había leído a Almudena siempre, pero sin prestarle una atención especial. Me parecía que estaba bien, pero no era, ni de lejos, mi autora preferida. Sin embargo, al releer su obra con más perspectiva, he llegado a una conclusión clara sobre cuál era su proyecto, qué quería hacer y qué valor tiene dentro de la historia de la literatura española.

Y lo digo en serio: tiene un valor muy importante; y creo que se le ha regateado. Primero, porque tuvo éxito muy pronto. Y segundo, porque vendía más que toda la editorial junta. Todos vivíamos de Almudena, supongo. Probablemente este café que estamos tomando lo sigue pagando Almudena.

Eso, claro, molesta a algunos eruditos a la violeta y a ciertos exquisitos nauseabundos. Pero si lo piensas, García Márquez también fue un best seller, también tuvo un éxito inmediato, también fue muy mimado. Y aun así, se le reconoce su lugar. Entonces, ¿por qué no con Almudena?

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