La amistad es uno de esos temas que tiene múltiples dimensiones y se han resaltado al tratar el tema. Filósofos clásicos como Aristóteles, ensayistas como Montaigne o intelectuales postmodernos como Derrida, entre otros, la han abordado. Pero no existe una única dimensión como se evidencia por la variada bibliografía. Se utilizan distintas perspectivas que suelen caer en afirmaciones generales: la amistad es un bien que ayuda a soportar la vida; tener un amigo es un tesoro; la amistad es la verdadera familia a la que elegimos voluntariamente; es un lazo que se fortalece con los años, y suele perdurar más allá de la distancia... O también con cierta ironía: es difícil encontrar a alguien guapo/a, inteligente, amable, leal así que alégrate de conocerme; guarda a tu mejor amigo bajo llave, sabe demasiado de tu vida; lo bueno de los viejos amigos es que no importa ser tan estúpidos como ellos... Todo puede ser verdad parcial o totalmente, dependiendo de la casuística de cada caso. Y puede hacerse una clasificación de tipos de amistades: amigos de infancia, de trabajo, de negocios, de colegio o universidad, de crisis vital, de intereses circunstanciales... También amigos de la política o amistades grupales. Y en todo ellos existen elementos de contingencias impredecibles como en el amor.
Es interesante analizar las condiciones para que surja una amistad y, por tanto, un afecto, desinteresado o por interés, y una complicidad (una “química”, un “me caes bien” sin saber por qué). Borges y Bioy Casares fortalecieron una amistad personal y literaria permanente. Aquel iba a comer casi todos los días a casa de este, tal vez porque dicen que en una etapa de su vida en Buenos Aires Borges, quien vivía con su madre en la casa familiar, no disponía de recursos suficientes, con un sueldo escaso de funcionario después de haber sido cesado de director de la Biblioteca Miguel Cané, dependiente del municipio por el gobierno peronista, y destinado a inspector de aves de corral y conejos. Disponía de un despacho pequeño donde escribía y dormía, y por ello hay quien especula que en esas condiciones era difícil escribir una novela. Bioy, en cambio, provenía de una familia con un buen patrimonio. Su situación cambió con la caída de Perón al ser nombrado director de la Biblioteca Nacional de Argentina (1955-1973).
¿Por qué permanece una amistad o por qué se acaba? También la casuística es variada y no resulta fácil establecer tipos. El carácter de las personas que en unos casos mantienen la lealtad como un valor sin renuncia por encima de cualquier circunstancia, y en otros la convivencia se deteriora y acaba en odio. La distancia puede ser un punto a favor o en contra, una amistad de infancia o juventud puede mantenerse o recuperarse por la nostalgia de tiempos pasados. Los malentendidos, el enfrentamiento por intereses contrapuestos, el reclamo de un dinero prestado, el pudor por el conocimiento de intimidades acontecidas, la sensación de traición por difundir secretos personales, la huida de un ambiente que resulta insoportable, derrumban, entre otras, una relación de años. Y en el caso peculiar de las amistades construidas en la política o en la empresa se viven periodos de estrecha intimidad ante los avatares de los acontecimientos y se rompen frecuentemente por llegar a criterios diferentes, por intuir el alejamiento al entender el cambio de confianza en otros, por sentirse marginados de las decisiones o el resquemor por desvalorizarlo para impedir su progreso y no fiarse de su confianza.
Para Jacques Derrida la amistad no tiene más sentido que reconocer cómo somos, un reflejo de nosotros mismos, donde está presente las relaciones de dominio o sumisión que siempre empiezan por intereses variados y terminan en conflictos que nunca se superan (Políticas de la amistad seguido de El oído de Heidegger, Trotta, 1998). En un sentido contrario a Elogio de la amistad (2010) de J. M. Gimferrer, el otro solo es un camino para alcanzar nuestros objetivos y aunque no seamos consciente estamos sujeto a su utilización para reforzamos a nosotros mismos. No queda más que aceptar la dialéctica permanente de amigo y enemigo, o como decía Nietzsche el mejor amigo es el mejor enemigo. De todas formas aunque dure poco o mucho es bueno mantenerla dentro de ciertos límites que nunca se saben cuáles son.