El pasado viernes se celebró una nueva Conferencia de presidentes en la que, una vez más, el Gobierno de España demostró su compromiso con el diálogo institucional y la cooperación territorial. Frente a los desafíos que enfrenta nuestro país, la vivienda, la financiación autonómica, o el impacto del cambio climático, el Ejecutivo sigue apostando por la cogobernanza, por la unidad en la diversidad, a pesar de que no todos los representantes autonómicos estuvieron a la altura de este momento. El caso más flagrante es el del president de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, quien aprovechó el encuentro no para construir, sino para exigir la convocatoria de elecciones generales a Pedro Sánchez. Una exigencia que, por su procedencia, resulta tan cínica como reveladora.
¿Con qué legitimidad habla Mazón de democracia, cuando él mismo lleva más de siete meses sin dar una sola explicación sobre lo que ocurrió durante la tragedia de la Dana del pasado octubre en la Comunitat Valenciana? ¿Con qué autoridad moral reclama elecciones mientras su gobierno sigue sin asumir responsabilidad política alguna ante los hechos que costaron vidas humanas y dejaron a cientos de familias desamparadas? La realidad es que cada 29 de mes, miles de valencianos salen a las calles a pedir justicia, a exigir la dimisión de quien no supo estar al frente cuando más se le necesitaba. Y el señor Mazón, en lugar de escuchar a su pueblo, opta por mirar hacia otro lado, atrincherado en el cinismo.

- Foto: KIKE RINCÓN/ EUROPA PRESS
Esta hipocresía no es baladí. La hipocresía es su estrategia. Una huida hacia adelante. Y lo es también la bochornosa manifestación convocada este fin de semana por el Partido Popular bajo el lema “Mafia o democracia”, que pretendía ser una demostración de fuerza y ha terminado siendo un incuestionable fracaso. El escaso seguimiento ciudadano, la desafección de la calle y la falta de credibilidad generalizada han demostrado que esta estrategia de agitación constante ya no engaña a nadie. El PP ha demostrado el agotamiento de su crédito moral.
Porque si alguien ha actuado como una mafia política, no ha sido precisamente el Gobierno de España, sino un partido, el Partido Popular, que ha sido condenado por corrupción en sede judicial. No es una opinión. Es una sentencia firme. Es un hecho histórico. Y no se trata solo del pasado. El presente sigue salpicado de escándalos. Esta misma semana hemos visto cómo el que fuera secretario de Estado de Seguridad con Mariano Rajoy, ha ingresado en prisión tras confirmarse su implicación en otro caso de corrupción. Un nuevo capítulo que se suma a la larga lista de casos que arrastra el partido popular.
Y qué decir de la presidenta de la Comunidad de Madrid. Ella que está cercada por múltiples investigaciones que afectan directamente a su entorno familiar. Por su gestión opaca, los contratos de emergencia bajo sospecha, y su actitud desafiante ante cualquier intento de rendición de cuentas han convertido a Madrid en un laboratorio de impunidad institucional. Y, sin embargo, el Partido Popular no solo no actúa, sino que se atrinchera en su defensa. El mensaje que envían es claro: todo vale para conservar su poder autonómico y desbancar al actual Gobierno de España.
Tampoco podemos olvidar la fotografía que todavía persigue al actual líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, navegando con un narcotraficante gallego al que conocía de cerca. Aquella imagen no es solo un recuerdo incómodo: es un símbolo de una cultura política que no distingue entre legalidad y conveniencia, entre el bien común y los intereses particulares. La regeneración democrática que tanto pregonan pero que nunca practican. Que se lo digan a Pablo Casado, cuando se le ocurrió señalar a la lideresa madrileña y lo fulminaron ipso facto.
Pero ahí siguen, nadando en la incoherencia, ofreciendo una sucesión de escándalos, amnesia selectiva y un discurso plagado de falsedades.
Mientras tanto, Pedro Sánchez y su gobierno continúan gobernando. Con firmeza democrática, con medidas sociales concretas, con avances legislativos que están transformando la vida de millones de personas. La reforma laboral, el aumento del salario mínimo, la garantía de ingreso mínimo vital, la protección del empleo, la ley de vivienda o la apuesta por las energías renovables son conquistas que están ahí, a pesar del ruido. Y es que numeritos como la ofensa del pinganillo o las ocurrencias mazonianas no les hace sombra a las potentes propuestas planteadas por el presidente Sánchez en la citada conferencia de presidentes. Valiosas medidas como un Pacto de Estado por la Vivienda y triplicar la inversión pública, avanzar en la educación infantil gratuita o garantizar la formación en materia emergencias y la calidad en la formación profesional fuera de la red pública, son la mejor repuesta para aquellos que intentan deslegitimar al Gobierno con insultos y conspiraciones.
Y es que resulta especialmente doloroso para los valencianos y valencianas ver cómo se degrada la institución de la Presidencia de la Generalitat. Carlos Mazón no está a la altura del cargo que ostenta. Su silencio ante la tragedia de la Dana, su desprecio hacia las víctimas, su estrategia de confrontación y escondido tras la estrategia de Génova, completamente paralizado en su papel en la reconstrucción valenciana, están dañando gravemente la imagen de nuestra autonomía. En lugar de ejercer como un president al servicio del pueblo valenciano, actúa como un portavoz territorial del Partido Popular, más preocupado por su propia salvación que por los problemas reales de esta tierra.
La democracia no se defiende ni con eslóganes vacíos ni construyendo realidades paralelas. Se defiende con transparencia, con responsabilidad y especialmente con coherencia. La que le falta a Mazón cuando pide elecciones mientras huye del clamor valenciano que le pide que se vaya y convoque las autonómicas, que els valencians i les valencianes volem votar. La coherencia que le falta al PP cuando se presenta como adalid de la limpieza institucional, mientras sigue encadenando casos de corrupción.
Por eso es urgente recuperar la honestidad en política frente a la hipocresía de una oposición, la del Partido Popular, que sigue tan anclado en julio del 2023 como Mazón en el Ventorro.